junio 2005, Volumen 21, Número 1
Energía en la finca

Construyendo silos para introducir estufas más saludables

IAN CHERRETT | Página 28-30
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A fines de la década de 1980, los efectos climáticos del fenómeno de El Niño golpearon duramente la región del Pacífico centroamericano.

Las sequías, la pérdida de cosechas y el hambre afectaron a muchas comunidades campesinas de la zona. La remota región de Lempira en Honduras fue una de las más afectadas y las agencias internacionales proporcionaron ayuda de emergencia en el área. Se descubrió que detrás de la vulnerabilidad de los pequeños agricultores ante los impactos climáticos de El Niño se escondían los actuales procesos de deforestación, degradación del suelo y una cada vez menor disponibilidad de agua, de manera que aun durante los años en que se registró un buen índice de precipitaciones, la productividad de los cultivos alimenticios básicos (maíz y frijol) iba en descenso. Predominaba la agricultura de roza y quema, junto al pastoreo extensivo de ganado; la malnutrición era generalizada y la única alternativa ante ésta era la migración. El proyecto Lempira Sur de la FAO comenzó en 1994 como respuesta a estos problemas.

En la fase de diseño del proyecto, los consultores identificaron como un problema principal la gran dependencia de la leña como fuente de energía para el hogar. Por esto, la introducción de estufas mejoradas tomó gran importancia. Durante este tiempo, la leña era un tema prioritario en la agenda de las instituciones donantes y se consideró que las estufas mejoradas eran una alternativa para reducir su consumo. En la región, las autoridades de salud comenzaron también a prestar atención a los efectos negativos que tienen los fogones abiertos tradicionales sobre la salud: más del 80 por ciento de las mujeres y la mayoría de los niños pequeños de las comunidades sufrían de problemas respiratorios y algo debía hacerse respecto a este peligro para la salud.

El proyecto ofreció estufas mejoradas desde el inicio, pero el interés demostrado no fue mayor y resultaba obvio que sus metas no serían alcanzadas. La presión que recibía el proyecto para introducir incentivos que promoviesen la adopción de estufas mejoradas era cada vez mayor, pero la experiencia en otros lugares había demostrado que este tipo de enfoque no era el adecuado.

Analizando prioridades

Usando una estufa mejorada / Foto: Bart van Campen

El proyecto estaba teniendo problemas para cumplir con sus objetivos, identificándose que esto se debía principalmente a que el diseño original no consideraba los requerimientos de los usuarios. Había llegado el momento de volver a entablar contacto con las familias de la zona y revisar las prioridades del proyecto con ellas. Los extensionistas fueron reentrenados como facilitadores, con énfasis en metodologías participativas y un enfoque basado en los requerimientos de la población. Una prioridad fue tratar de comprender las estrategias de subsistencia de la población local y, en particular, la lógica detrás del sistema de fuego abierto que comúnmente se usaba. Después de discutir el tema en las comunidades, con hombres y mujeres por separado, el personal del proyecto comenzó a entender cómo funcionaba el sistema: tradicionalmente se cocinaba en estufas de fogón abierto, las cuales estaban ubicadas en una habitación cerrada de techo bajo, bajo un desván en el que se almacenaba la reserva de grano de la familia. El humo de la combustión de la leña pasaba a través del techo poroso ayudando a preservar el grano contra la infestación de plagas.

Los responsables del proyecto observaron más cuidadosamente este sistema para el almacenamiento de grano y encontraron que, en efecto, el humo ayudaba a preservarlo, pero sólo durante unos seis meses. Sin embargo, esto no era un problema mayor, ya que pocos agricultores cosechaban una cantidad de cereal que durase en almacén más de seis meses.

Estaba claro que era necesario reevaluar la estrategia del proyecto, tomando en consideración tanto la producción de granos como el almacenamiento poscosecha. Los efectos negativos de las estufas tradicionales de fogón abierto quedaban claros para las mujeres, pero al tener que decidir entre una estufa mejorada y perder la cosecha almacenada, la opción por las estufas mejoradas salía siempre perdiendo. Los hombres, en general, no reconocieron los problemas de salud, y su oposición a adoptar las estufas mejoradas fue aún mayor.

Varios pasos al mismo tiempo

Antes del inicio del proyecto Lempira Sur, otro proyecto que promocionaba el uso de silos de metal para el almacenamiento de cereales estaba siendo ejecutado en la región. Sin embargo, por el alto precio de estos silos su demanda era escasa. Los rendimientos de los cultivos eran muy bajos, por lo que invertir en silos para granos no tenía entonces ningún sentido económico para los agricultores de la zona.

Se llegó a la conclusión que si el proyecto podía ayudar a los agricultores a incrementar el rendimiento de sus cultivos y reducir el precio de los silos, el comprarlos para almacenar el grano se volvería una opción viable. Una vez que tuvieran los silos, desaparecería la necesidad de fuegos abiertos en habitaciones cerradas y las mujeres podrían instalar las esperadas estufas mejoradas para cocinar. De modo que una serie de pasos debían darse al mismo tiempo: aumentar los rendimientos agrícolas, reducir el costo de los silos de almacenamiento y poner a disponibilidad nuevos modelos económicos de estufas mejoradas, que pudiesen ser construidas fácilmente utilizando materiales locales.

Basándose en prácticas agrícolas locales, un sistema de agroforestería, ‘quesungual’ (ver: L. Álvarez Welches e Ian Cherrett, El Sistema Quesungual en Honduras, LEISA Revista de Agroecología, vol. 18 no. 3, diciembre 2002, pp. 10-11), basado en la maximización de la cobertura del suelo, fue desarrollado en forma conjunta por los técnicos del proyecto y los agricultores. A partir del segundo año comenzó a notarse el impacto del sistema agroforestal, y en varias comunidades los agricultores comenzaron a organizarse alrededor de este sistema. Se decidió probar el nuevo enfoque para la introducción de estufas mejoradas en esas comunidades. Se realizaron reuniones con las familias interesadas y el proyecto ofreció además créditos a través de la cooperativa local de ahorro y préstamo, propiciando que las mujeres pudieran obtener las nuevas estufas. Esto fue asumido por varios grupos y evaluado de una manera participativa al final del año. Cuando llegó el momento de la evaluación, la noticia del impacto de estos cambios ya había pasado de boca en boca, y la demanda de asistencia técnica para incrementar el rendimiento de los cultivos, instalar silos y construir estufas mejoradas había excedido la capacidad del proyecto. El momento de aumentar la escala del mismo había llegado.

La demanda para experimentar el nuevo sistema agroforestal era alta y el proyecto concibió un plan para poderla atender. Al mismo tiempo, se sostuvieron reuniones para identificar quiénes querían silos y cuál sería su demanda ante diferentes precios. La cosecha de ese año (1996) había sido buena y muchos agricultores podían y querían adquirir silos pero, por supuesto, al precio justo.

El proyecto se reunió con los artesanos y trató con ellos el tema de cómo reducir el costo de producción de los silos. Se identificó que la clave estaba en los materiales básicos: las planchas de metal y las barras de soldadura de estaño. Aun antes de añadir los costos del transporte, estos materiales eran muy caros. El proyecto descubrió que había un solo proveedor en el país a quien los artesanos podían comprar estos materiales, y como este proveedor tenía el monopolio, cobraba precios muy altos. Para romper el monopolio, el proyecto se arriesgó a negociar con una fábrica de un país vecino para adquirir los materiales básicos, que luego vendió a los herreros a menor precio que el establecido por el proveedor local. Los responsables del proyecto se dieron cuenta que ésta era la única manera de reducir los precios hasta un nivel que estuviese al alcance de un gran número de agricultores. Y funcionó: se fabricaron y vendieron muchos silos.

Al mismo tiempo se lanzó una campaña para promocionar la adopción de estufas mejoradas en las mismas comunidades en que se había identificado la demanda de silos. En estas comunidades, las mujeres estaban organizadas, los líderes habían sido capacitados y los clubes de ahorro estaban en funcionamiento. A los interesados en fabricar las estufas mejoradas con materiales locales se les capacitó y se apoyó a los clubes de ahorro para que adquiriesen las planchas de metal a menor precio. La adopción de estufas mejoradas para cocinar, la adquisición de silos y los cambios en el sistema de producción se expandieron rápidamente. El siguiente paso fue el hacer sostenible todo esto.

Adopción masiva

La adopción de la agroforestería como sistema de producción en las fincas se difundió a gran escala, debido a los efectos de la sequía de 1997 causada por El Niño. La disminución de la producción de los agricultores que tenían sistemas agroforestales fue sólo de un 15 por ciento; su cosecha fue lo suficientemente grande como para cubrir el consumo anual de la familia, por lo que continuaron demandando más silos metálicos.

¡Aquellos agricultores que aún practicaban el sistema tradicional de roza y quema, perdieron en promedio un 65 por ciento de su cosecha! En el siguiente año, el cambio al sistema agroforestal fue masivo. Hoy está tan extendido que la quema agrícola pertenece al pasado y la cuenca de Mocal en Lempira se mantiene verde inclusive durante toda la época de sequía que dura seis meses.

En la actualidad, el déficit de cereales que existía en la región se ha convertido en excedente. El poseer un silo es un símbolo de seguridad alimentaria doméstica y la mayoría de las mujeres son orgullosas propietarias de estufas mejoradas. Es interesante haber observado que el impacto de las estufas mejoradas sobre el consumo de leña resultó menor que lo pronosticado por investigadores y expertos. Las prácticas culturales tienden a no ser tomadas en cuenta en experimentos que no están basados en el campo: se encontró que las mujeres mayores prefieren no apagar las estufas, ya que «nunca se sabe cuándo llegará una visita», y una visita significa por lo menos una taza de café caliente. Las mujeres más jóvenes están más dispuestas a apagar sus estufas cuando no las están usando. En cualquier caso, el problema de la leña había pasado a ser marginal para entonces. Gracias al sistema de agroforestería, ahora hay suficiente leña para todos.

El programa de silos también ha evolucionado. Los artesanos se han organizado y ahora negocian directamente con el fabricante de planchas de metal en la vecina Guatemala. También discuten y negocian, sobre una base anual, la demanda, los precios y posibles créditos para las comunidades agrícolas y la cooperativa local, de manera que pueden calcular con bastante precisión la cantidad de materia prima que necesitarán. Para el año 2001 habían sido construidos y vendidos más de ocho mil silos, y el mercado de silos se había independizado completamente del proyecto. La Asociación de Fabricantes de Silos de Lempira Sur ganó un premio por haber construido más silos que ningún otro lugar en América Central. Al mismo tiempo, debían enfrentar un problema causado por su mismo éxito: la demanda estaba decayendo ya que ahora la mayoría de las familias contaba con silos. La respuesta fue la diversificación de su producción e iniciaron la fabricación de otros productos tales como regaderas, baldes o cubos y contenedores, y la identificación de nuevos mercados, especialmente para los silos. Se identificó una nueva fuente de demanda en El Salvador, donde la calidad y precio de sus silos es muy competitiva, estableciéndose un programa de capacitación para mejorar la calidad y diversificar los productos que incluye la capacitación en la administración de pequeñas empresas.

Conclusiones

Los que a primera vista parecen problemas simples con soluciones simples no siempre lo son. Para el éxito de cualquier proyecto, basarse en los requerimientos de la población local y comprender sus estrategias de subsistencia es fundamental. Ni las familias rurales ni los expertos externos son dueños de todos los conocimientos y la sabiduría; se deben construir sociedades basadas en el respeto y el aprendizaje mutuos, a partir de la respuesta a temas concretos.

Los planos no ayudan cuando la realidad no es tal como se la espera, y ésta casi nunca lo es. Los proyectos, por lo tanto, deben tener la capacidad de adaptarse a las demandas cambiantes del contexto. Al promover cambios siempre se necesita una cierta cantidad de suerte y de oportunidades.

Ian Cherrett
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)
Oficina Regional para América Latina y el Caribe
Casilla postal 10095, Santiago, Chile.
Correo electrónico: Ian.Cherrett@fao.org

Las opiniones expresadas en este artículo no son necesariamente aquéllas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación

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