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La globalización económica está llevando a una concentración de la industria semillera, al uso creciente de pesticidas y, finalmente, al crecimiento de la deuda. La agricultura de capital intensivo, controlada corporativamente, se ha estado extendiendo a regiones donde los campesinos son pobres, pero en donde hasta ahora habían sido autosuficientes en materia de alimentos.

En las regiones en donde se ha introducido mediante la globalización la agricultura industrial, con los altos costos se ha hecho imposible la supervivencia de los pequeños agricultores. La globalización de la agricultura industrial no sostenible ha ido evaporando literalmente los ingresos de los agricultores del Tercer Mundo, a través de una combinación de devaluación monetaria, aumento de los costos de producción y un colapso en el precio de las mercancías.

Visité Bhatinda, en el Punjab, a consecuencia de una epidemia de suicidios entre los campesinos. El Punjab fue alguna vez la más próspera región agrícola de la India. Hoy, cada campesino está desesperado y endeudado, vastas extensiones de tierra se han transformado en desiertos. Y como lo señaló un viejo agricultor: “aún los árboles han dejado de dar frutos debido a que el fuerte uso de pesticidas ha matado a los polinizadores: las abejas y las mariposas“.

El Punjab no está solo en este desastre ecológico y social. El último año estuve en Warangal, en Andhra Pradesh, donde también los campesinos se estaban suicidando, agricultores que tradicionalmente cultivaban legumbres, mijo y arroz habían sido atraídos por las compañías semilleras para comprar semillas híbridas de algodón, señaladas por los mercaderes como “oro blanco” y que supuestamente los haría millonarios. Al contrario, ellos se transformaron en mendigos. Sus semillas nativas habían sido desplazadas por nuevos híbridos que no podían ser almacenados y debían ser comprados cada año a un alto costo. Los híbridos eran también muy vulnerables a los ataques de las plagas. Los gastos en pesticidas en Warangal se incrementaron en un 2000 %, desde 2.5 millones en 1980 a 50 millones en 1997. Ahora los campesinos se están suicidando con estos mismos pesticidas para escapar permanentemente de deudas que ya no pueden pagar. El 27 de marzo, Betavati Rattan, de 25 años se quitó la vida porque no pudo pagar las deudas de un tubo de drenaje en su predio de 2 acres. Las cisternas ahora están secas, como lo están las cisternas en Gujarat y en Rajasthan, donde más de 50 millones de gentes se enfrentan a la muerte por hambre.

La sequía no es “un desastre natural”, ha sido “hecha por el hombre”. Es el resultado de la extracción de la escasa agua subterránea de las regiones áridas para alimentar los sedientos cultivos de exportación en vez de los cultivos locales menos consumidores de líquidos.

Son experiencias como éstas las que me han enseñado que estamos muy equivocados con respecto a la economía global y que es preciso detenernos a pensar acerca del impacto de la globalización sobre la vida de la gente común. Esto es vital para alcanzar la sostenibilidad.

Seattle y las protestas del último año en contra de la Organización Mundial de Comercio nos obligan a todos a pensar de nuevo. A través de esta serie de conferencias muchos ponentes se han referido a aspectos del desarrollo sostenible dando por establecida la globalización. Para mí, ya es hora de reevaluar radicalmente lo que estamos haciendo. Ya que lo que hacemos a los pobres en nombre de la globalización es brutal e imperdonable. Esto es especialmente evidente en India, en donde tenemos testimonios de los desastres que despliega la globalización, especialmente, en lo que se refiere a alimentación y agricultura.

¿Quién alimenta al mundo? Mi respuesta es muy diferente a la que da la mayoría de la gente. Son las mujeres y los pequeños campesinos que trabajan con la biodiversidad, los principales proveedores de alimento en el Tercer Mundo y, al contrario de la opinión dominante, sus pequeñas parcelas basadas en la biodiversidad son más productivas que los monocultivos industriales.

La rica diversidad y los sistemas sostenibles de producción alimenticia están siendo destruidos en nombre de la creciente producción de alimentos. Sin embargo, con la destrucción de la diversidad desaparecen ricas fuentes de nutrición. Cuando se mide en términos de nutrientes por acre, y desde la perspectiva de la biodiversidad, la tan cacareada “alta productividad” de la agricultura industrial o de las pesquerías industriales no implica más producción de alimentos.

La productividad usualmente se refiere a la producción por unidad de área de un único cultivo. El resultado se refiere a la producción total de diversos cultivos y productos. Al plantar un campo completo con sólo un cultivo, como monocultivo, por supuesto que aumentará la productividad individual.

Al plantar varios cultivos en una mezcla que tendrá bajas productividades de cultivos individuales, se logrará, sin embargo, una cosecha de alimentos más alta. La productividad ha sido definida de tal manera que prácticamente ignora la producción de las pequeñas parcelas. Desde la perspectiva de la biodiversidad, la productividad basada en la biodiversidad es más alta que la productividad del monocultivo. Esta ceguera ante la alta productividad de la diversidad la llamo: “una monocultura de la mente”, que crea monocultivos en nuestros campos y en nuestro mundo.

Los campesinos mayas en Chiapas, México, son caracterizados como no productivos porque rinden sólo dos toneladas de maíz por acre. Sin embargo, la producción de alimentos completa es de 20 toneladas por acre cuando se consideran también sus frijoles y sus calabacitas, sus verduras y los árboles frutales.

Investigaciones hechas por la FAO demuestran que las pequeñas fincas con biodiversidad pueden producir mil veces más alimentos que los grandes cultivos industriales. Y que la diversidad, además de dar más alimentos, es la mejor estrategia para prevenir la sequía y la desertificación.

Lo que necesita el mundo para alimentar una población creciente de modo sostenible es la intensificación de la biodiversidad, no la intensificación química ni la intensificación de la ingeniería genética. Mientras las mujeres y los pequeños campesinos alimentan al mundo mediante la biodiversidad, se nos dice insistentemente que sin ingeniería genética y sin globalización de la agricultura el mundo se morirá de hambre. En contra de toda la evidencia empírica, que muestra que la ingeniería genética no produce más alimentos y que en los hechos a menudo conlleva una declinación productiva, se promueve constantemente como la única alternativa a nuestro alcance para enfrentar el hambre. Es por eso que pregunto: ¿quién alimenta al mundo?

La deliberada ceguera ante la diversidad, la producción de la naturaleza, la producción de las mujeres, la producción de los campesinos del Tercer Mundo, conduce a que la destrucción y la expropiación sean proyectadas como creación. Consideremos el caso del tan alabado “arroz de oro” o de la vitamina A del arroz genéticamente modificado, como una cura para la ceguera. Se asume que sin la ingeniería genética no podemos remover la deficiencia en vitamina A. Sin embargo, la naturaleza nos da abundantes y diversas fuentes de vitamina A. Si el arroz no se descascara, ese mismo arroz provee vitamina A. Si no se aplicaran herbicidas a nuestros campos de granos tendríamos bathua, amaranto, hojas de mostaza tan deliciosas, así como verdura, todas las que proveen vitamina A.

El modo más eficiente de conducir a la destrucción de la naturaleza, de las economías locales y de los pequeños productores autónomos, es hacer invisible su producción. Las mujeres que producen para sus familias y comunidades son tratadas como “no productivas” y “económicamente inactivas”. La devaluación del trabajo de las mujeres y del trabajo realizado en las economías sostenibles es el resultado natural de un sistema construido por el patriarcado capitalista. Es así como la globalización destruye las economías locales y como la misma destrucción es asumida como crecimiento.

Muchas mujeres en las comunidades rurales e indígenas trabajan cooperativamente con los procesos de la naturaleza, pero su trabajo es a menudo contradictorio con las orientaciones de “desarrollo de mercado” y con las políticas comerciales. Y dado a que el trabajo que satisface necesidades y asegura sostenimiento es devaluado, en general, hay poca consideración por la vida y los sistemas que sustentan la vida.

La devaluación e invisibilidad de lo sostenible de la producción regenerativa es más clara en el área de la alimentación. En tanto la división del trabajo patriarcal ha asignado a las mujeres el rol de alimentar a sus familias y comunidades, la economía y las tecnologías patriarcales y los puntos de vista científicos hacen que el trabajo de las mujeres en la provisión de alimento desaparezca. “Alimentar al mundo” viene a estar disociado de las mujeres que corrientemente realizan este trabajo y es proyectado como dependiente del agro ‘business’ global y de las corporaciones biotecnológicas. Sin embargo, la industrialización y la ingeniería genética de los alimentos y la globalización del comercio en la agricultura son recetas para crear hambre, no para alimentar al pobre.

En todas partes, la producción de alimentos ha llegado a ser una economía negativa, con agricultores que gastan más en comprar costosos insumos industriales que superan el precio de lo que reciben por su producto. La consecuencia es el aumento de las deudas y la epidemia de suicidios tanto en los países pobres como en los ricos.

A los campesinos de todas partes del mundo se les ha estado pagando, por la misma mercancía, una fracción de lo que recibían hace una década. El Sindicato Nacional de Agricultores de Canadá lo señala de la siguiente manera en un informe del último año: “Mientras los agricultores que siembran granos –maíz, trigo, avena— obtienen retornos negativos y son empujados al borde de la bancarrota, las compañías que elaboran cereales para el desayuno obtienen grandes ganancias. En 1998, compañíacerealeras como Kellog’s, Quaker Oats y General Mills gozaron de retornos equivalentes a tasas del 56%,165% y 222%, respectivamente. En tanto que un bushel de maíz se vendía a US $4, un bushel de cornflakes tenía un precio de US$133…. Quizás los agricultores estaban recibiendo demasiado poco porque otros obtenían demasiado.”

En tanto los campesinos ganaban menos, los consumidores pagaban más. En India, los precios de la comida se han doblado entre 1999 y el 2000. El consumo de alimentos basados en granos ha disminuido en un 12%. El alza en las tasas de crecimiento a través del comercio global se basa en seudo-excedentes. Se comercializa más alimentos mientras el pobre consume menos. Cuando el crecimiento hace crecer la pobreza, cuando la producción real llega a ser una economía negativa y los especuladores son definidos como “creadores de riqueza”, es que algo anda mal en los conceptos y categorías de riqueza y de creación de riqueza. El empujar la producción real de la naturaleza y de la gente hacia una economía negativa implica que la producción de mercancías y servicios reales decline, y que se esté generando una miseria más profunda para millones que no son parte del “dot.com” de la creación instantánea de riquezas.

La globalización del sistema alimentario está destruyendo la diversidad de las culturas en materia de comida y también a las industrias alimenticias locales. Una monocultura global se impone a la gente definiendo todo lo que es fresco, local o hecho a mano como un riesgo para la salud. Las manos humanas han sido definidas como el peor contaminante y el trabajo de las manos humanas ha sido puesto fuera de la ley, reemplazándolo por máquinas y químicos comprados a lascorporaciones globales. No hay recetas para alimentar al mundo, salvo robar los medios de vida de los pobres para crear mercados para los poderosos. A la gente se la percibe como parásitos a ser exterminados para la ‘salud’ de la economía global.

En el proceso, nuevos riesgos para la salud y la ecología se han impuesto sobre el Tercer Mundo a través del ‘dumping’de alimentos genéticamente modificados y otros productos peligrosos. Recientemente, por culpa de la OMC, India ha sido forzada a levantar las restricciones sobre todas las importaciones. Entre las importaciones sin restricciones están las carcasas y desechos de animales que crean una amenaza a nuestra cultura e introducen riesgos a la salud pública, tales como la enfermedad de las Vacas Locas.

El Centro de los EEUU para Prevención de Enfermedades, en Atlanta, ha calculado que en los EEUU ocurren cerca de 81 millones de casos de enfermedad que se originan en la comida. Las muertes por toxicidad de la comida ha subido cuatro veces debido a la falta de regulaciones. La mayoría de estas infecciones tienen su causa en la carne industrializada.

Lo que le sobra a los ricos se le arroja a los pobres. La riqueza del pobre es apropiada violentamente mediante métodos nuevos e inteligentes, como las patentes sobre la biodiversidad y el conocimiento indígena. Se supone que las patentes y los derechos de propiedad intelectual están reservados para los nuevos inventos. Pero las patentes se han reclamado por variedades de arroz, tales como el ‘asmati’ por el que mi valle, en donde nací, es famoso, o pesticidas derivados del Neem, que ya usaban nuestras madres y abuelas.

Tales falsos reclamos de creación son ahora norma global, con el ‘Trade Related Intellectual Property Right Agreement’ de la OMC, que obliga a los países a introducir regímenes que permiten patentar formas de vida y el conocimiento indígena.

En vez de reconocer que los intereses comerciales se construyen sobre la naturaleza y la contribución de otras culturas, la ley global ha elevado a los altares el mito patriarcal de la creación para crear nuevos derechos de propiedad sobre formas de vida, del mismo modo como el colonialismo usó el mito del descubrimiento como base para hacerse de las tierras de otros como colonias.

Los humanos no crean la vida cuando la manipulan. El reclamo de Rice Tec, en el sentido de que ha “inventado una nueva variedad de arrroz”, o la declaración del Instituto Roslin de que Ian Wilmut “creó” a Dolly, niegan la creatividad de la naturaleza, la capacidad autorganizadora de las formas de la vida y las innovaciones anteriores de las comunidades del Tercer Mundo. Se supone que las patentes y los derechos de propiedad intelectual son un preventivo contra la piratería. Pero en vez de eso han llegado a ser los instrumentos de la piratería del conocimiento tradicional común de los pobres del Tercer Mundo al tornarlo como “propiedad” de los científicos occidentales y de las corporaciones.

Cuando se otorgan patentes sobre las semillas y las plantas, como en el caso del ’ basmati’, el robo se define como creación, y la salvación y el compartir las semillas se define como robo de la propiedad intelectual. Las corporaciones que poseen amplias patentes sobre cultivos como el algodón, el frijol de soya, la mostaza, persiguen a los campesinos si éstos guardan la semilla o si la comparten con sus vecinos.

Compartir e intercambiar, las bases de nuestra humanidad y de nuestra sobre vivencia ecológica, han sido definidos como un crimen. Esto nos empobrece a todos. La naturaleza nos dio abundancia y el conocimiento de las mujeres sobre la biodiversidad, la agricultura y la nutrición construyó sobre esa abundancia para hacer más de menos, para crear crecimiento mediante la donación generosa.

Los pobres son empujados hacia una pobreza más profunda al obligarlos a pagar lo que es de ellos. Hasta los ricos se hacen más pobres ya que sus ganancias se basan en el robo y en el uso de la coerción y la violencia. Esto no es creación de riqueza, sino saqueo. La sostenibilidad requiere de la protección de todas las especies y de toda la gente y del reconocimiento de que diversas especies y distintos pueblos juegan un rol esencial en el mantenimiento de los procesos ecológicos. Los polinizadores son cruciales para la fertilización y generación de las plantas. La biodiversidad en los campos provee vegetales, forrajes, medicina y protección del suelo contra la erosión del viento y del agua.

A medida que los humanos profundizan en la negación de la sostenibilidad, se vuelven más intolerantes con las otras especies y ciegos respecto al papel tan vital que ellas cumplen para nuestra sobre vivencia.

En 1992, cuando campesinos de India destruyeron la planta de semillas de Cargill en Bellary, Karnataka, protestando por el fracaso de estas semillas, el presidente de la Cargill dijo: “Nosotros les trajimos a los agricultores de la India tecnologías inteligentes que evitaban que las abejas usurparan el polen”. Cuando participaba en las Negociaciones de las Naciones Unidas para la Salud de la Vida, Monsanto hizo circular literatura para defender su herbicida resistente Roundup , sobre la base de que evitaba “que las malezas se robaran la luz del sol”. Pero, lo que Monsanto llamaba “malezas” eran los campos verdes que proveían arroz con vitamina A, que prevenía la ceguera en los niños y la anemia en las mujeres.

Una visión del mundo que define la polinización como “el robo de las abejas” y que declara que la biodiversidad “ roba el sol”, es una visión del mundo que tiene como objetivo robar las cosechas de la naturaleza y reemplazarlas abiertamente por variedades polinizadas con híbridos y semillas estériles, mientras destruye la flora biodiversa con herbicidas como el mencionado Roundup. La amenaza proyectada sobre la mariposa Monarca por cultivos con ingeniería genética-BT, es también un ejemplo de la pobreza ecológica creada por las nuevas biotecnologías. Mientras las abejas y las mariposas desaparecen, la producción es socavada. A medida que desaparece la biodiversidad, con ella se van las fuentes de la nutrición y de la alimentación.

Cuando las grandes corporaciones ven a los pequeños campesinos y a las abejas como ladrones, y mediante normas de comercio y nuevas tecnologías buscan el derecho a exterminarlos, la humanidad ha alcanzado un umbral peligroso. El imperativo de pisotear hasta al más pequeño insecto, la más pequeña planta, al más pequeño campesino, surge de un miedo profundo: el miedo a todo lo que esté vivo y sea libre. Y este profundo miedo, esta profunda inseguridad está desencadenando la violencia contra todos los pueblos y todas las especies.

La economía global de libre mercado ha llegado a ser una amenaza a la sostenibilidad, y la misma sobrevivencia de los pobres y de las demás especies está en juego, no como un efecto lateral o como una excepción, sino de un modo sistemático a través de la reestructuración de nuestra visión del mundo desde sus bases más fundamentales. La sostenibilidad, la solidaridad y la supervivencia han sido puestas económicamente fuera de la ley en nombre de la competitividad y de la eficiencia del mercado.

El mundo puede ser alimentado sólo alimentando a todos sus seres, que son los que hacen posible al mundo. Al proporcionar alimentos a otros seres y especies, mantenemos a la par las condiciones para nuestra propia seguridad alimenticia. Al alimentar a las lombrices de la tierra, nos estamos alimentando nosotros. Al alimentar a las vacas, alimentamos al suelo, y al alimentar al suelo, proveemos de alimentos a los humanos. Esta visión del mundo en abundancia, se basa en compartir y en una profunda percepción de los humanos como miembros de la familia terrestre. Esta percepción de que empobreciendo a otros seres nos empobrecemos nosotros, y que al alimentar a otros seres, nos alimentamos nosotros, es la base real de la sostenibilidad.

El reto de la sostenibilidad para el nuevo milenio es si el hombre económico global puede salir de la visión del mundo basada en el miedo, la escasez, los monocultivos y los monopolios, la apropiación y la carencia, y cambiar a una visión basada en la abundancia y la solidaridad, la diversidad y la descentralización, el respeto y la dignidad para todos los seres.

La sostenibilidad demanda que salgamos del entrampamiento económico que deja sin espacio a otras especies y otros pueblos. La Globalización Económica ha llegado a ser una guerra contra la naturaleza y contra los pobres. Pero, las reglas de la globalización no han sido dadas por Dios. Pueden ser cambiadas. Deben cambiarse. Debemos llevar esta guerra hasta el final.

Desde Seattle, una frase usada muy frecuentemente ha sido la necesidad de un sistema basado en normas. La Globalización es la norma del comercio y ha elevado a Wall Street a ser la única fuente de valor. Como resultado, cosas que tienen valores más elevados — como la naturaleza, la cultura y el futuro— han sido devaluadas y destruidas. Las normas de la Globalización están socavando las normas de la justicia y de la sostenibilidad, de la compasión y de la generosidad. Debemos salirnos del totalitarismo del mercado hacia una democracia de la tierra.

Podremos sobrevivir como especies sólo si vivimos bajo las normas de la biosfera. La biosfera tiene suficiente para las necesidades de todos, si la economía global respeta los límites de la sostenibilidad y de la justicia.

Alguna vez Gandhi nos recordó: “La tierra tiene bastante para las necesidades de todos, pero no para la avaricia de algunos”.

Vandana Shiva
Research Foundation for Science, Technology and Ecology, Nueva Delhi, India

* Nota de los editores.- Dado el tema que toca el presente número de LEISA, los editores hemos considerado importante publicar el texto de la conferencia de la Dra. Vananda Shiva, en el Museo Nehru, Delhi, India, el jueves 27 de abril de 2000 y difundida por la BBC Radio, como parte del Programa Reith 2000. Por razones de espacio nos hemos visto obligados a recortar algunos párrafos, pero hemos sido cuidadosos de respetar la integralidad conceptual del mensaje de la Dra. V. Shiva.

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