La palabra “resiliencia” alude a la propiedad de elasticidad de un cuerpo. Este término es usado por los ecólogos para describir el proceso a través del cual un ecosistema regresa a su estado anterior después que ha sido perturbado. LEISA usa el concepto de “resiliencia” en un sentido amplio, como la capacidad de los miembros de una sociedad o comunidad, y en este caso de los agricultores, para enfrentar las perturbaciones y los peligros, previniendo y minimizando los daños y mitigando los efectos de los desastres para garantizar la provisión de alimentos y la producción agrícola. Los agricultores locales han desarrollado muchas estrategias para anticipar, enfrentar, resistir y recuperarse del impacto de los disturbios y peligros menores. Cuando su capacidad de resiliencia declina, aumenta su vulnerabilidad, y, con ello, es mayor la posibilidad de que los peligros se conviertan en desastres. En las áreas rurales son los más pobres, ubicados casi siempre en tierras marginales, los que tienen menor capacidad de resiliencia; puede decirse que la presión que sufren alcanza limites extremos poniendo en peligro la estabilidad de sus medios de vida y de su propia sobrevivencia.
Los desastres llamados “naturales” son un problema global y sus consecuencias devastadoras se incrementan; cada vez afectan a mayor cantidad de personas y causan pérdidas incalculables en vivienda e infraestructura productiva y de servicios. Se les llama desastres “naturales”, pero las más de las veces los procesos de artificialización de los ecosistemas, sin comprender y tomar en cuenta la naturaleza de los mismos y su ubicación geográfica, son causa de la magnitud del desastre en la población.
Muestra de ello son los efectos de las tormentas tropicales en el área del Caribe
Desastres son también las situaciones provocadas por las guerras y por las políticas macroeconómicas unilaterales, donde la población local se ve obligada a enfrentar y sufrir los efectos de perturbaciones compulsivas no provocadas por ella, sino por determinaciones externas y ajenas. Consecuencia de este tipo de desastres son las migraciones forzadas, sobre todo de las áreas rurales a los cinturones de pobreza de las urbes de los países de América Latina, con el consecuente deterioro de la calidad de vida física y moral de muchas familias campesinas que, hasta hace menos de una década, se dedicaban a la agricultura y se vieron obligadas a dejar sus tierras por la violencia o por la extrema pobreza, y ahora son comerciantes ambulantes o sobreviven de lo que pueden en las ciudades.
En la década pasada, la asistencia humanitaria para mitigar los desastres se incrementó drásticamente. De 1990 a 1996, la ayuda general para asistencia humanitaria, aumentó de 500 millones a 6 billones de dólares americanos -un incremento de 12 veces- representando un 12% de toda la ayuda para el desarrollo. Las intervenciones fueron por desastres naturales y, cada vez más, por emergencias de compleja naturaleza política, causadas con frecuencia debido a severos déficit de gobernabilidad que dieron como resultado conflictos violentos dentro y entre los estados. La degradación ambiental y la marginalización socioeconómicas también son factores importantes que incrementan en la incidencia e impacto de los desastres. Ya que estos afectan los medios de vida rurales y su desarrollo, el reto es reducir el impacto de los peligros reforzando la resiliencia en las comunidades rurales, antes y también después de los desastres. Este es el tema central de este número de la Revista LEISA.
Resiliencia de los agricultores campesinos
En la agricultura tradicional, muchas son las complejas combinaciones de estrategias económicas, de integración y manejo del entorno natural y sus recursos, de organización social y de espiritualidad, que han generado una alta capacidad de resiliencia. Los recursos locales disponibles y los productos de deshecho son usados de una manera óptima para la producción de una serie de insumos para su propio uso y para comercializarlos localmente. Tal es el caso de la respuesta ante la desgracia, referida por José Carvajal (IIRR- Ecuador), de Da. Angelina Agualongo, de la Comunidad de Anguana, Ambato, Ecuador, donde la estrategia de diversificación productiva y la solidaridad comunal, han dotado a su sistema productivo familiar de un alto nivel de resiliencia. Da. Angelina destina parte de su chacra a la producción para la seguridad alimentaria de su familia y la mayor parte para cultivos y crianza de animales menores para el mercado local (p. 31).
Los animales y los bosques contribuyen mucho a la resiliencia de muchos sistemas tradicionales. Conelly y Wilson (p. 10) informan sobre la función de los productos del bosque, en particular de la palma ‘dom’, para las estrategias de supervivencia de los habitantes de las sabanas de las Tierras Bajas de Eritrea Occidental, afectadas por las sequías y la guerra. Pareciera que la flexibilidad del sistema agrícola es crucial. En el período después de la guerra, los bosques de palmas fueron muy importantes para restablecer un sistema social y económico normal. Sin embargo, el gobierno no ha reconocido la importancia de los bosques para la gente local, y pretende convertirlos en tierras agrícolas de irrigación, para producir bienes de exportación. Esto ha causado fuertes tensiones entre la población local y el gobierno.
Innovación para superar la crisis
La necesidad de reabastecimiento de alimentos y semillas, que surge como reacción inmediata a procesos de desastre por alteraciones climáticas o bióticas severas, requiere de soluciones tecnológicas innovadoras, que propicien el proceso de reactivación de la producción en el menor tiempo posible, como fue la respuesta de los campesinos de las cuencas de Ñoma y San Jorge en la sierra de Piura, que con ayuda técnica y diálogo intercultural, pudieron adaptar una nueva tecnología adecuada a la nueva situación ambiental y social generada por los impactos de El Niño de 1998, en el norte del Perú (Fidel Torres G., p. 12). Este es un caso típico que permite visualizar los efectos de la ayuda externa. Una vez más, se hace evidente la importancia que el incremento de la capacidad de resiliencia de los agricultores tiene para el enfrentamiento y superación de las situaciones críticas y, aún más, para capitalizar las experiencias y los conocimientos adquiridos durante el proceso. Las agencias cooperantes de los países altamente industrializados harían bien en tomar en cuenta que la ayuda humanitaria solamente debería estar dirigida a mitigar los efectos inmediatos del desastre; lo que asegura una respuesta positiva inmediata es el empoderamiento de los propios damnificados, condición esencial de resiliencia que les permitirá afrontar creativamente la superación de la crisis,.
Como se señala en los artículos de Holtz-Giménez (p.7) de Luís Valera (p.19), de F. Funes (p.21) de O. Shumba (p. 24), de I. Kent-S. P. Mokuwa (p.26), la innovación ha sido una constante en estas experiencias de superación exitosa de las crisis. La innovación incrementa el nivel de resiliencia de los agricultores, pero ésta no se puede realizar sin capacidad de decisión autónomas y para ello, reiteramos, el empoderamiento de las mujeres y hombres del campo es esencial.
Agricultura ecológica
Es destacable, cómo los agricultores ante la disminución de su capacidad adquisitiva, generada por los ajustes macroeconómicos o cambios en las relaciones políticas internacionales, construyen nuevas alternativas en base a sus propias potencialidades, como lo explica Fernando Funes (p. 21) para el proceso de la agricultura cubana hacia una agricultura sostenible, donde el conocimiento tradicional campesino, existente aún, cumple un papel muy importante en este proceso innovador. La respuesta de los productores hortícolas de Marcos Paz, Buenos Aires ( Javier Souza, p.16) evidencia cómo la producción de hortalizas con manejo agroecológico dota de mayor sostenibilidad y, por ende, de resiliencia ante las crisis, a los pequeños productores de alimentos frescos para el mercado de las grandes urbes.
En un estudio participativo sobre el impacto del huracán Mitch en Centroamérica en 1804 fincas, los agricultores convencionales y alternativos concluyeron que la agricultura sostenible aplicada por los agricultores del Movimiento Campesino a Campesino tiene mayor nivel de resiliencia ante los huracanes y sus impactos, que la agricultura convencional (Holtz-Giménez, p. 7), ¡una conclusión con la cual la FAO-Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, está totalmente de acuerdo! (p. 11).
Debido al incremento del Calentamiento Global que desestabiliza el clima a nivel mundial, la resiliencia es una condición cada vez más importante para los agricultores tanto en casos de sequías como de inundaciones y huracanes. La agricultura de los países industrializados y de los países llamados “en desarrollo”, es responsable de aproximadamente un tercio del Calentamiento Global (FAO: AG21 Magazine). Pero, ahora se reconoce en forma creciente que las prácticas agrícolas sostenibles pueden contribuir significativamente a mitigar los efectos del cambio climático (Pret y Ball, p. 10).
Se necesita presión pública
El estudio acerca del Mitch también ha puesto al descubierto un «techo político» en el desarrollo de la agricultura sostenible. La conclusión de los agricultores fue que las políticas nacionales agrícolas y de desarrollo predominantes para créditos y mercados favorecen a la agricultura de la Revolución Verde, a la deforestación y a la marginalización de los pequeños agricultores, en vez de producir un mayor grado de resiliencia, y un uso ecológicamente sólido de la tierra. La falta de contexto político favorable y la falta de voluntad política por parte de los gobiernos nacionales para crear una nueva situación, aparentemente bloquea el desarrollo de su capacidad de resiliencia y del uso sostenible de su tierra. Por lo tanto, las políticas existentes con relación a los recursos naturales son responsables del incremento de los desastres o, por lo menos, de hacer que éstos sean más graves. ¿Cómo podemos mejorar la situación?.
En Europa, la crisis producida por la Enfermedad de las Vacas Locas, y las epidemias de Fiebre Porcina y Fiebre Aftosa son sintomáticas del incremento de la falta de sostenibilidad y de la vulnerabilidad de la agricultura industrializada y globalizadora. Como resultado de esto, algunos líderes políticos, especialmente en Alemania, finalmente han aceptado que se necesitan cambios drásticos en la política para evitar mayores desastres (Reijntjes, p. 36). Aparentemente, esos cambios sólo son posibles una vez que la gente comienza a experimentar el impacto de los desastres y cuando la presión pública obliga a los políticos a responsabilizarse por los sistemas de producción agrícola y la calidad de los alimentos producidos.
En América Latina, los gobiernos preocupados principalmente por cumplir los compromisos de la deuda externa, para no quedar al margen de la globalización económica, han descuidado en casi más de una década al sector agrario y, más que nada, casi ignorado a la agricultura campesina. Esto ha llevado a situaciones de pobreza extrema y de violencia en el sector rural de América Latina, con el consecuente deterioro de las condiciones de vida y de los recursos naturales de la agricultura. Por otro lado, las políticas que proponen los nuevos gobiernos van en la línea de la Revolución Verde, o sea agricultura convencional no sostenible, o de las inversiones foráneas en biotecnología de última generación. En el próximo número de LEISA (17-2), donde trataremos el tema de: ¿Globalización o producción local?, tendremos la oportunidad de presentar algunas experiencia que sobre Globalización, OMC, Soberanía Alimentaria y Productos Orgánicos, se presentaron y discutieron, este mes (julio 2001) en Lima.
La editora
El texto de este editorial lo constituyen partes traducidas y adaptaciones del editorial de la edición LEISA Magazine 17-2, escrito por Coen Reijntjes y, aportes y redacciones propias de la responsable de la edición de la Revista LEISA para América Latina.